miércoles, 16 de enero de 2013

LAS RUTAS DEL OLVIDO NUMERO 4

Alejandra Erazo Vega





Cuando la violencia está en medio no hay palabra que valga, bajo órdenes no hay modo de vacilar,  es elemental no demostrar miedo, aunque un arma al parecer le otorga a un hombre el poder para decidir cuartar la libertad ó quitar la vida en el peor de los casos. No recurrimos a las súplicas nuestros rostros y cuerpos se hallaban bañados por el barro y creo fue ese hecho el que conmovio a los hombres armados que hacían el retén y permitieron seguir nuestro camino.

La mayoría pensaba que al llegar al poblado todo cambiaría pero conforme fuímos descubriendo los primeros techos la realidad fue superior a nuestras decepciones pasadas, y ni el cansancio ni ningún miedo podían superar lo que frente a nuestros ojos se dibujaba como una realidad solo vista por nosotros en la televisión.

Las viviendas la mayoría elaboradas en madera y elevadas en medio de un mar que había renunciado al oleaje, un olor a pestilencia y las calles sucias, parecia un escenario de guerra ó víctima de un naufragio, las personas a medio vestir, pero primaba en toda esa gente una alegría: vernos como espectros de barro marchando hacía ese confín como anhelando cambiar de una vez por todas esa realidad con las pocas cosas que llevábamos en nuestras mochilas.  

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