domingo, 2 de junio de 2013

EL OSITO GIMIENTE

Por Irene Valer






¿Qué mujer no ha tenido un oso? y no hablo de vergüenza, hablo del muñequito de felpa y relleno que algunas de nosotras acomodamos en la cama entre cojínes y almohadas, sé que es triste a veces luego de hacer el tendido dejar al osito allí con su mirada taciturna y  deliberada, esperando hasta la noche para cuando el sueño llegue ir a cobijarse y abrazando el oso dormirse, ya quisiera cualquier hombre tener esa oportunidad. Cuando niña siempre que iba a viajar empacaba en la maleta mi oso antes que todo, la vida de una niña y de una mujer debería consistir en fiarse de esos muñequitos antes que fiarse de otro ser humano que ve la cama como el atrío para llevar a cabo un acto, y sí estoy hablando de sexo. Cuando me fuí a la universidad olvidé más por conveniencia a mi oso de peluche, qué pensarían mis amigas si vieran sobre mi cama un oso, quizá que soy una inmadura. Pero lo extrañé tanto cuando tuve frío ó cuando mi corazón se rompió ó cuando estuve convaleciente ó cuanto simplemente estuve más sola que la sombra, pero también algún día presa de la ira agarré el oso y lo estrellé contra la pared, y luego le mordí la nariz y quizá le arranqué el ojo,y luego entre lágrimas cosiendo al desdichado oso lloré con amargura y me prometí madurar.

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