Por: César Vélez
El tiempo termina por borrar hasta lo más valioso que existe.
Desde el 91 solo divisaba a los viejos desde lejos, muy lejos, la violencia se estaba convirtiéndo en una medida contra la sobre población y todos morían jóvenes, nadie tampoco se estaba muriendo de viejo.
Por eso los carpinteros tuvieron que ajustar las medidas a los ataudes.
Allá en la ciudad eso si los viejos florecían, se decía que los veían en los bailaderos, y que a pesar de las prohibiciones de sus Médicos y familiares se daban buena vida. La violencia a ellos no los perseguía de ninguna manera nadie iba a gastar munición en gallinazos, mientras la guerra bullía de energía con los galgos y podencos por áreas indomables a la hora de escabullirse, camuflarse y fugarse la juventud tenía la experiencia.
Allá en la Comuna los viejos sobraban ó faltaban, el más viejo bordeaba los treinta años con suerte, las mujeres envejecían rápidamente al ver a sus hijos sufrir y no tanto por los años como por la pobreza.
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