La fórmula es levantarse, hacer todo el ritual de aseo, alimentarse lo mejor posible e ir a trabajar porque así toca, si es fin de mes cobrar el suelo, y luego cruzar las deudas y volverse a endeudar; saludar, sonreir, hacer el pare, dar la vía, alarmarse por la noticia cruel y tratar lo máximo posible de reciclar; mil maromas las de una mamá: levantar, bañar, vestir, alimentar luego ir al jardín infantil y sino llamar a la niñera. Luego estar pendiente por el rumor que hay de que hay niñeras que les pegan a los niños, otras los ponen a dormir con sedantes mientras ellas ven la novela. A veces me detengo a pensar por qué motivo a una cuando jovencita, antes que aflore todo el cuento de la madurez sexual y asome el amor y todas sus fatalidades no le explican a que se enfrenta si se postula para formar familia; la vida de una mujer se transtorna, y aunque se pone cara de felicidad siempre habrá por debajo un sentimiento de represión, de infelicidad que suele fermentarse por años. Eso es de todos los días, una rutina, queriendo o no, apareciendo ante la puerta con la idea misma de que no había otra posibilidad más y que fue desición de algún ser más allá de nuestro propio poder.
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